Houston, tenemos más de un problema

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Soledad Campaña Fuenzalida estudió Lengua y Literatura en la Universidad de los Andes, actualmente cuenta con el grado de Magister en Literatura Comparada por la Universidad Adolfo Ibáñez. Ella se desempeña en el rubro de la construcción en el área de cadena de suministros y contractos. Actualmente, trabaja desde Houston, Texas, en su primera asignación como expatriada. Astronauta chilensis es una serie de crónicas de sus experiencias como migrante. Siendo Houston la base de las expediciones de NASA, ella se posiciona como un espécimen migrante que observa su entorno entre el recuerdo y el presente: entre fronteras.

Estoy jugando Monopoly con mis vecinos. La anfitriona es estadounidense de Nueva York, mi mayor oponente un niño surcoreano y, la última adición al grupo, una chica india que ha venido a Houston para estudiar negocios. Somos una comunidad de migrantes que se toma en serio las reglas del juego, pero, lamentablemente, estamos fuera de práctica, el niño nos va ganando y ha comprado casi todas las propiedades del tablero. ¿Será así como nos ven los estadounidenses? Migrantes que han llegado para adueñarse de sus tierras y negocios, una colonización moderna donde ya no hay un país específico a quien culpar. 

Los houstonianos (sí, se dice así, aunque suene a marcianos) no distinguen entre migración interna y externa. El guatemalteco viene a robar sus trabajos, pero el neoyorkino les quita la posibilidad de tener una casa propia. El norte del país es más caro en todos los sentidos de la palabra y varios ya se han cansado de la calidad de vida en departamentos tamaño caja de fósforos, quieren vivir a lo Texa’s Size. Esta migración interna sería la responsable de que los precios hayan subido, según los lugareños, claro. Cuando antes encontrabas un arriendo por mil dólares, ahora ese mismo lugar cuesta mil quinientos. Sí, los norteños de este país están dispuestos a pagar un 50% más. La riqueza viene del norte y los houstonianos sienten que son menos por estar en el sur, a pesar de que Texas sea de los estados más ricos de gigante norteamericano. 

Texas es un estado rudo, reconocido por sus decisiones tajantes y donde los beneficios sociales no son la prioridad de las autoridades. Houston es la tierra de Bush, el aeropuerto lleva su nombre. Pero también es la tierra de Beyoncé que, luego de años de carrera musical, decidió lanzar un disco de música country y la acusan de apropiación cultural. Al parecer es la tierra de unos más que de otros.

En el inconsciente sureño de Estados Unidos existe un perfil racial que no debe desafiarse. Curiosamente mi piel es pálida como asiática (y no es un decir, mi maquillaje lo compro en marcas asiáticas porque el europeo siempre es más oscuro). Nunca pensé que esto sería una garantía para no meterme en problemas legarles. Me explico. En este Estado de la estrella solitaria se ha impulsado una ley llamada SB6 que permite a los oficiales policiales detener a personas bajo la sospecha de ser inmigrantes ilegales y, en caso de comprobarse, deportarlos a México independiente de su país de origen. ¿Discriminación? Sí, con letras mayúsculas y negritas. Tengo mis papeles en regla, pero a diferencia de muchas segundas y terceras generaciones de estadounidenses nacidos de familias latinas, no llevo escrito es mis rasgos faciales que provengo de un país hispanohablante. 

Las elecciones presidenciales se aproximan y, en este estado, Trump gana por goleada. Aquellos que tienen rasgos asiáticos o latinos están divididos. Si gana la opción republicana existe una falsa seguridad que serán reconocidos como americanos, porque llevan generaciones en este país. Pero durante el primer periodo de Trump el país se dividió aún más. Un compañero de trabajo, Mark, usa botas vaqueras y solo deja su pistola de lado cuando entra a la oficina. Él tiene rasgos asiáticos y reconoce que, aunque quiere que gane Trump, durante sus primeros cuatro años la gente blanca se sentía con el derecho de gritarle que se devolviera a su país, aunque es texano desde los pies a la cabeza. 

Acabo de llegar a este país, no sé cuánto tiempo estaré a este lado de la frontera, pero sé que extraño la geografía de mi tierra, las comidas y los olores que me hacían sentir protegida y querida. En este Estado flamean las banderas con los colores de Chile y no puedo evitar pensar que mi bandera es mejor, más linda y capaz de reunir a todo un territorio bajo un Estado unitario. Chile tiene sus imperfecciones, pero ser un país federado no es una de ellas. Discutimos cómo la administración central descuida las regiones, pero nunca si la ley es diferente o si las credenciales académicas de un profesional le permiten o no ejercer en una región.

Chile es un país complejo, diverso y con grandes desafíos por delante, siendo la migración uno de ellos. Desde este lado de la frontera escucho las noticias de política y actualidad todas las mañanas. Esto es un cable a tierra, me permite conversar con mi familia y amigos con menos distancia, pero confieso que poco a poco veo nuestros problemas más pequeños. Mientras nosotros discutimos la FIDAE como campo de disputa entre Palestina e Israel, aquí el tema de conversación es si mandar o no ayuda humanitaria o apoyo militar. Sin invalidar nuestras discusiones nacionales, me gustaría apuntar cómo perdemos de vista lo catastrófico de los conflictos internacionales. Un tema de perspectiva, finalmente, quizá uno de los beneficios de ser migrante. 

“Soledad Campana, migrante”. Es una etiqueta que no solo deja fuera la “ñ” de mi apellido, y su historia de la lengua española, sino que también borra mi historia previa para cubrir todos los matices con la lápida de categoría humana: “migrante”. En la naturaleza muchos animales migran, pero creo que ninguno se considera extranjero en su lugar de llegada. Existe una sinergia entre especies que se encuentran y distancian porque deben asegurar su supervivencia. Sin críticas, sin etiquetas, los animales simplemente viven. ¿Por qué será que nosotros no podemos reaccionar así? Sin ser experta, me aventuro a culpar a las emociones, una especialmente: el miedo. Los niños le temen al monstruo bajo la cama porque no pueden verlo, saben de su presencia, pero no lo conocen. Curiosa sensación, una parálisis que impide avanzar a la solución. 

Recuerdo las huellas de pies descalzos en la arena que descubrió Robinson Crusoe ¿será que compartimos el mismo estupor? Pero ahora no son huellas las que vemos; ahora son rostros marcados por la necesidad. Los migrantes de Houston son tan variados como las necesidades que los llevaron a esta ciudad. Algunos llegaron impulsados por las amenazas que tenían en sus países. Otros llegaron porque, estando cómodos, vieron que podían vivir mejor en otro lugar. Yo llegué buscando crecer, personal y profesionalmente, podría haberme servido cualquier lugar, pero por algo habrá sido que Houston fue el destino que me tocó. Veremos cómo avanza esta aventura en tierra de cowboys y migrantes que se miran, cara a cara, esperando la primera interacción.

Soledad Campaña Fuenzalida

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