La migración precaria distorsiona los espacios, creando vacíos de entendimientos y océanos de rechazos. Noviolet Bulawayo, en su novela Necesitamos nombres nuevos (2013), al retratar el recorrido emocional de una niña migrante llamada Darling, describe la partida desgarradora de los que abandonaron su espacio: “Mirad a los hijos de la tierra que se marchan en tropel, que abandonan su propia tierra… con sangre en los corazones y hambre en los estómagos y dolor en sus pasos”.
El migrante es, a menudo, representado en la literatura desde la percepción de los que reciben, como una enfermedad contagiosa que supera los límites establecidos y fantasiosos de una nación. Como si estos habitantes fueran de origen puro y estático y no se beneficiarán en nada del aporte económico y cultural de estos desarraigados voraces. ¿Qué lugar tiene el infante en este desplazamiento que no decidió y que no entendió? Sólo le resta seguir a los padres y, muchas veces, sufre el abandono, tanto físico como emocional en el camino.
En el 2024, casi 20 menores de edad tuvieron que cruzar solos e ilegalmente la frontera para llegar a Chile, 250 desde el 2020 (El Mostrador, 1 de julio de 2024). En esa travesía han muerto niño/as, adolescentes, bebes inclusive, siendo dejados a su suerte en el tránsito por el frío, la altura, las condiciones climáticas extremas. ¿Cómo los que sobreviven recuperan la cordura, superan el trauma, se desarrollan y son capaces de proyectar un futuro? El psicoanalista Boris Cyrulnik trabajó toda su vida en el concepto de resiliencia como conciencia adicional y promovió el valor del arte como superación del trauma. En El murmullo de los fantasmas (2003), destaca la importancia de escribir o de crear algo en torno a la herida para poder cambiar la autopercepción y, por ende, el comportamiento del sujeto. En Seúl São Paulo (2019), de Gabriel Mamani Magne, el adolescente Tayson transforma su cuerpo y usa el baile como un espacio de refugio y de libertad.
¿Cómo logramos proteger a la infancia y proveerle de un porvenir? Ante el abandono e ineficiencia de las instituciones del Estado, el arte les puede ofrecer una salida o espacio de sanación. En la semana de la migración, “Infancias Migrantes: miradas locales/globales desde las humanidades, artes y ciencias sociales” (2024), organizada por la Universidad Adolfo Ibáñez, se debatirá sobre estas problemáticas. El sábado 31 de agosto, a las 14.30 horas, en la Escuela Popular de Artes de Viña del Mar, se alojará un laboratorio de cómic dirigido por el reconocido ilustrador de Unicef, Pedro Prado. Su objetivo es acercar a niño/as y adulto/as, migrantes y no migrantes, para recrear, a través del dibujo y de la palabra, un puente de entendimiento y de resiliencia tanto para el sujeto que llega como para el que recibe.
Publicada en Mercurio de Valparaíso