«I can’t breathe » exhala un cuerpo sometido, bajo la rodilla sin piedad de un funcionario del poder cuyo propio cuerpo, hermético, se rehúsa a escuchar la desesperación del último aliento de vida. Hace un año, el cuerpo racializado y viralizado de George Floyd, encarnación de todos los cuerpos « sin calidad » ni relevancia en el mundo falsamente higienizado de Estados Unidos desató una ola de indignación en el mundo y logró, con su muerte ya trivial, iniciar el derrumbe de las estatuas del odio racial. La monumentalidad fría de los portadores del virus colonial, esclavista, está siendo cuestionada. El comportamiento de la policía, antes impune, ha sido enjuiciado, castigado y está siendo vigilado cada vez con mayor detención.
« No puedo respirar » también remite al cuerpo enfermo, víctima de la pandemia que aqueja el mundo hace ya 1 año y medio. Un cuerpo prostrado, boca abajo, que busca su aliento de vida. Este cuerpo degradado ya no se ciñe a un extraño, un lejano ser sino que está en nosotros, nos carcome, nos obliga a encerrarnos, a mirarnos y encarar nuestras limitaciones y nuestras utopías.
Cuerpos carcelarios, cuerpos sin tránsito, en cuarentena desde hace tiempo. Anestesiados, perplejos, nuestros ojos miran sin asir la letanía cotidiana de cifras, asombrándonos, o negándolos, pero la mayoría de las veces, sin mucha fuerza para resistir.
Los dos cuerpos, racializado y enfermo, revelan la administración de la muerte, esta necropolítica de la cual habla Achille Mbembé, que ronda hace ya tiempo en nuestras sociedades, exacerbada por la violencia cuantitativa y endulzada por nuestro supuesto acceso a todas las comodidades. Nosotros seguimos cumpliendo, nosotros seguimos pensando en una lógica económica que nos salvará cuando todo vuelva a la « nueva » normalidad. Al principio de la pandemia, veíamos con regocijo la vuelta de los animales, la posibilidad de reencontrarnos con nuestros afectos en la casa, el atisbo de un mundo nuevo. Pero, sin desmerecer estos goces, también observamos una violencia íntima opresora, la vigilancia cada vez más estrecha, nuestra sujeción cada vez más obvia a un sistema enfermante.
« Un jour pourtant un jour viendra couleur d’orange, un jour de palme, un jour de feuillages au front, un jour d’épaule nue où les gens s’aimeront » (« un día empero un día vendrá color de naranja, un día de palma, un día de verdor en la frente, un día de hombro desnudo donde la gente se amará », mi traducción) escribe Louis Aragon sobre la Segunda guerra mundial. Respirar sin culpa, dormir sin la agitación del teletrabajo o la angustia de la cesantía, sin arriesgar nuestras vidas, pensar en un mundo menos aberrante donde reinaría lo humano por sobre lo monumental, el nomadismo por sobre el encierro, el devenir-humano sin máquinas de guerras.