El cuerpo como testimonio en Esperando a los bárbaros

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“¿La deseo a ella o deseo las huellas que la

historia ha dejado en su cuerpo?”

Esperando a los bárbaros, tercera obra publicada por Coetzee, narra la historia del Magistrado, quien se encuentra ubicado en una localidad fronteriza que divide al imperio de la constante e imaginaria amenaza de los bárbaros, gente que vive en pueblos y son sometidos a una constante tortura y segregación por parte de la “civilización”. El Magistrado se presenta como un sujeto pesimista, con el constante tedio de vivir una vida que desea acabar lo más pronto posible: jubilar y volver al centro del Imperio lo obnubila de los problemas reales y no se compromete con el sufrimiento que constantemente le rodea.

Desde un comienzo de la novela se presentan dos nuevos personajes que sumado al protagonista formarán una triada: El Coronel Joll y la mujer bárbara. Por un lado, el Coronel Joll es un agente fiscalizador que viene desde la metrópolis en “búsqueda de información” lo que se resume en la captura temporal de bárbaros, su tortura y liberación para luego rellenar informes burocráticos. Dentro de esta tarea es capturada esta mujer sin nombre, quién será golpeada a tal extremo que queda invalidada para salir de la frontera. Deambulando por las calles del fuerte fronterizo llama la atención del Magistrado y la obliga a trabajar para él.

Es así como la mujer bárbara se convierte en el personaje más representativo bajo una lectura corporal: no solo pertenece a los bárbaros, también es mujer y además fue torturada y lisiada físicamente. Producto de sus tobillos rotos y sus ojos mutilados, el empleo que le da el Magistrado es más bien una excusa para mantenerla cerca. Existe algo enigmático en ella, algo que incomoda al protagonista de la novela, sin embargo, este no logra –ni logrará- saber qué es; su relación comienza a ser compleja: duermen juntos pero no tienen relaciones sexuales, hablan pero casi nunca de aspectos como su pasado, su origen o su tortura, tienen una aparente vida de pareja, pero el Magistrado no siente ningún deseo.

Se torna todo en un ritual: todas las noches se reúnen en su habitación y antes de dormir el Magistrado le revisa sus heridas, la unta con aceite y la mira intentando encontrar una mirada que luce esquiva e inerte, podemos ver a ambos como dos animales, donde solo se comunican con sus cuerpos: uno intenta curar al otro, el que se encuentra callado e inmutable.

En el caso de Esperando a los bárbaros y específicamente con la mujer bárbara, el cuerpo, al igual que la frontera es un espacio donde se instala la memoria de la barbarie, espacio heterogéneo que se contrapone a los archivos del Coronel Joll y del Imperio. De esta manera el cuerpo de la mujer es el testimonio de la barbarie, un texto que no está fijado para siempre y en donde se marcan las torturas de la civilización. Esto solo puede suceder en la frontera, donde ambos espacios se unen y el Magistrado sería el sujeto no solo que dirige la frontera; es un sujeto fronterizo en  sí mismo que intenta “leer” el cuerpo de esta mujer sin nombre.

Lo anterior se ve justificado si analizamos las escenas de contacto entre el protagonista y la mujer sin nombre; el Magistrado, sujeto que se ha caracterizado previamente por su alto libido con toda clase de mujeres de la frontera, tiene en una primera instancia la pretensión de relacionarse sexualmente de la misma forma con esta mujer. No obstante, se presenta una barrera que en un comienzo no logra dilucidar: las cicatrices, sus tobillos rotos y la ceguera de la mujer bárbara provocan en el Magistrado un rechazo y un interés simultáneo, siguiendo la lógica corporal, no logra copular, se convierte desde que la conoce en un impotente, se siente viejo y gastado; su cuerpo, al igual que el de la mujer bárbara, se va degradando.

El acto sexual -uno de los momentos corpóreos más auténticos, lugar donde se mezcla el dolor y el placer- y todo el ritual que conlleva, provoca en el Magistrado un sentimiento de búsqueda desconocido:

Ni me palpita el corazón ni la sangre me fluye ahora más deprisa que antes con su contacto. No estoy con ella por todos los éxtasis que pueda prometer o proporcionarme, sino por otras razones que para mí permanecen tan oscuras como antes. (97)

Lo anterior precisamente se refiere a la memoria que hay en el cuerpo de la mujer bárbara, cuando se hace oscuro y ambos se encuentran en la cama, ella deja de presentarse como un ente y pasa a ser fragmentos corpóreos marcados por la tortura: “¿la deseo a ella o deseo las huellas que la historia ha dejado en su cuerpo?” (98).

El Magistrado, como sujeto fronterizo, maneja los códigos de la civilización y los códigos de la barbarie, cuando por fin comprende a los pueblos nómades como una nula amenaza es apresado; puede, a través de la palabra, fijar en la historia lo que él sabe de la realidad fuera de la frontera, pero no lo hace, se extingue en el silencio, como la memoria y como la frontera. Su impotencia, relacionado con su incapacidad de traducir el cuerpo de la mujer bárbara, muestra no solo un contraste dentro de la misma novela con el rol que juega la memoria versus la historia, sino también la forma en la que se trabaja el rol del cuerpo, de la civilización-barbarie y de la memoria de los vencidos en otras obras del corpus, como el caso de Mákina en Señales que preceden al fin del mundo, quien al igual que el Magistrado, habita y maneja los códigos de la frontera, pero con la diferencia que ella forma parte de la barbarie y representa una visión que es traducida por ella misma.

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