La escritura de la historia es todo un desafío, la reflexión sobre el modo de escribir las ciencias sociales supone un reto constante por renovarla. ¿Cómo hacerla atractiva pero “seria”?, ¿que sea ciencia pero a la vez un relato estético y con espíritu? Es aquí donde historia y literatura, como géneros, dialogan. Ivan Jablonka en La historia es una literatura contemporánea (2014) se pregunta: “¿pueden concebirse textos que sean a la vez literatura y ciencias sociales?”
Lo cierto es que historia y literatura comparten una vocación narrativa común: las dos relatan acontecimientos, tejen una intriga, ponen en escena personajes. Cierto es que la historia no pertenece al terreno de la ficción, pero, ¿qué impide que el investigador escriba o tenga aspiraciones literarias? De igual modo, la literatura puede ser apta para explicar lo real y no tan solo ser vista como el reino de la ficción.
Jablonka hace un recorrido histórico de cómo se reconocen literatura e historia como disciplinas, oscilando en épocas de conciliación, incluso atracción entre ambas áreas, o etapas de acérrima separación. En este vaivén algunos pensadores creen que si un investigador escribe historia debe ser “científica”, dejando de lado la escritura; a su vez si escribe una historia que sea “literaria” menoscaba la verdad. La literatura desde esta mirada se la considera diversión, ficción; la historia, el trabajo serio, la verdad. Por esta razón la convención sobre cómo escribir historia, entonces, obedece a las clásicas normas de introducción, capítulos, notas a pie de página, abandonando el estilo, la armonía, las bellas artes. A final de cuentas algunos creen que las ciencias sociales no tienen una dimensión literaria y que “un escritor no produce conocimientos”. Es lo que Jablonka desmitifica poniendo énfasis en que la historia podría pagar muy caro el desprecio por la escritura.
Según el autor francés, profesor de historia, las ciencias sociales hace décadas ya están presentes en la literatura. Es cosa de leer cuadernos de viajes, autobiografías, diarios íntimos o memorias, novela social o de aventuras, donde el escritor puede desplegar un razonamiento histórico o antropológico y convertirse a su manera en un investigador que explica y produce un conocimiento sobre lo real, ayudando a los lectores a entender el presente, el pasado y tomar posesión del mundo.
Los investigadores en ciencias sociales desconfían de la ficción y las bellas artes. Sin embargo, Jablonka advierte que sería la novela, “con su capacidad de problematización y figuración”, la obra literaria que más influencia ejerció sobre la historia en el siglo XIX, aportando avances epistemológicos que a su vez fueron innovaciones literarias. Decir que la historia no tiene nada que ver con el trabajo literario debilita a la primera y la pone en riesgo.
Por eso la literatura hoy puede contribuir al atractivo de las ciencias sociales y hacer que sean leídas—apreciadas o criticadas— por un público más amplio. La aspiración literaria de un investigador no debería ser una actividad menor, recreativa, un acto final luego del trabajo verdadero o “serio”, sino una invitación al debate crítico, la discusión, a “la intensificación de la honestidad”.
Para Jablonka conciliar ciencias sociales y creación literaria “es intentar escribir de manera más libre, más justa, más original, más reflexiva, no para relajar la cientificidad de la investigación sino, al contrario, fortalecerla”. Renovar la escritura de la historia implica para los investigadores buscar su propia escritura-método. El desafío no sería para ellos abolir toda regla, más bien conferirse libremente nuevas reglas; tomar el reto y dejar de avergonzarse.
Texto reseñado: “Introducción”. La historia es una literatura contemporánea. Manifiesto por las ciencias sociales (2014), de Iván Jablonka.