“¿Tiene mucha pena?”, pregunta Violeta Parra a Carmelita; “sí” contesta la cantora antes de revelar su ül mapuche de viuda. “Toda esa pena cántemela aquí”, le pide ella. Esto es parte de los íntimos fragmentos de Violeta Parra en el Wallmapu. Su encuentro con el canto mapuche (Pehuén), investigación de Paula Miranda, Elisa Loncon y Allison Ramay que rescata las grabaciones que hiciera Violeta Parra a siete ülkantufe [cantores] y seis cantoras mapuche el año 1957. Este encuentro, desconocido y silencioso, comprueba el profundo impacto que tuvo el ül [canto] como el kvme mogen [buen vivir] en la obra de Parra.
A diferencia de otros viajes que hiciera la cantora para recopilar el folklore chileno, este trayecto lo hizo completamente sola: sin rastros, sin acompañantes, no fue difundido en un disco posterior grabado al “estilo mapuche” ni dejó registro en algún libro como lo hiciera en otras ocasiones. Tampoco lo señaló en entrevistas o conferencias y los cantores a los que Violeta Parra grabó nunca supieron del destino de esas cinco cintas, las que estuvieron dormidas en las bibliotecas de la Universidad de Chile hasta ahora.
Violeta Parra en el Wallmapu reconstruye este eslabón perdido de la genealogía creativa de la cantora a través de entrevistas a testigos de las grabaciones y descendientes de los cantores. Desde ese viaje a Millelche, en 1957, en el que Violeta Parra visitó por un mes la ruka de la machi María Painen Cotaro para aprender sobre la cultura mapuche y sus diferentes ül, el arte del canto deja de ser para ella un asunto de entretención o vanidad y pasa a ser “un arte sagrado de redención de los pueblos”. En Wallmapu el canto tiene una función social y comunitaria, bien lo aprendió la cantora en sus composiciones posteriores a este viaje.
Parra se deslumbra con la vida y sabiduría ritual de la machi, a quien graba— cinta perdida, lamentablemente—y transcribe sus aprendizajes en un cuaderno, según testigos. Con este material viaja a Lautaro y Labranza donde entrevista a diferentes cultores que interpretan treinta y nueve cantos en mapudungun, con un total de ochenta horas de grabación. Siguiendo una exhaustiva metodología de trabajo, Parra intenta un acercamiento horizontal con sus entrevistados—“si a mí no hay que tenerme vergüenza, si yo soy cantora también”, dice en las cintas—y pregunta a los cantores por géneros de canto y sus posibles funciones con preguntas como “¿cuándo se canta?”, “¿para qué se cantan?” y en especial “¿qué dice la palabra?”
El zugun [la palabra] es el elemento central del mapuche kimvn [sabiduría] para alcanzar el kvme mogen, el llamado “buen vivir”, que construye el sentido de la vida mapuche. El aprendizaje de los valores y el vivir en sociedad es transmitido por la palabra, el zugun; de ahí la importancia del canto como instrumento de la palabra. Según las investigadoras, lo que más impacta a Parra es cómo a través de ciertos elementos comunes que componen el ül se divulga el kvme mogen, como la relación del ser humano con la naturaleza y la vida cotidiana, el canto como una forma de reciprocidad entre el ser humano, el mundo físico y la tierra; la relación de la persona/ ser espiritual con la naturaleza, y el vínculo entre presente, pasado y futuro que dialogan en el canto.
Violeta Parra recoge cantos de amor, de engaño, sobre la espiritualidad, cantos para hacer dormir a la “guagua” o sobre el trabajo. Al leerlos—transcritos de forma íntegra en mapudungun y español—la influencia de ellos en su obra es innegable: un canto social, también ritual y un uso de la voz en el que el canto puede ser lamento, oración, suspiro.
Las obras posteriores a este viaje de Violeta demuestran la presencia del Wallmapu. Algunos ejemplos: el sonido mapuche de “Santiago penando estás” y “Una barca de amores”, “El gavilán” con los quiebres rítmicos que utiliza la machi para inducir el trance y comunicarse con el mundo de los espíritus; la canción reivindicativa de “Arauco tiene una pena” que llama al levantamiento indígena, el lamento “ayayai, ay, ay” de “Que he sacado con quererte” con una escena de amor que tiene como único testigo a la naturaleza, el único testigo verdadero de nuestros actos según la cultura mapuche.
Y por supuesto, las canciones de ofrenda y rituales de gratitud, llenas de una ecopoética que abundan en la discografía de Parra y en los ül. Según los entrevistados, “Gracias a la vida” es la canción que mejor expresa la cultura mapuche, al cumplir las mismas funciones de los cantos utilizados en la ceremonia de rogativa ngillatun: “agradecer por todo lo que recibimos diariamente” y hacia todo lo que la vida permite (la audición, la visión, la risa, el llanto).
Violeta Parra en el Wallmapu es una reafirmación del abrazo de la cantora con el “buen vivir” mapuche, el kvme mogen, con esa comprensión del mundo en donde el canto (comunitario) sana los dolores, bajo una melodía ritual que late junto a los espíritus de la naturaleza.
Libro reseñado: Violeta Parra en el Wallmapu. Su encuentro con el canto mapuche, de Paula Miranda, Elisa Loncon, Allison Ramay. Pehuén Editores, 2017.