Autora: Vania Valentina Riquelme

Las tierras arrasadas (2015) aborda con agudeza la crisis migratoria acaecida en el territorio mexicano en el contexto de los desplazamiento sur-norte desarrollados por parte de la población de centroamericana. Su autor, Emiliano Monge, politólogo nacido en Ciudad de México, apuesta por una obra que cuestiona los imaginarios del horror, desarticulando las nociones en torno a la maquinaría de muerte representada por los cárteles que lucran con el tráfico humano. La obra nos aproxima al corazón de estas organizaciones: complejos entramados colectivos que mercantilizan la vida de quienes cruzan sus fronteras, huyendo de las tierras arrasadas por el crimen, los desastres naturales, el abandono político y economías en recesión.
El libro se divide en tres capítulos y dos interludios, cada uno de estos dedicados a profundizar en historias paralelas de integrantes de uno de estos entramados, constituyendo un caleidoscopio sobre la violencia ejercida en los territorios del tránsito. Esta violencia se nos presenta desprendida de maniqueísmos. Más bien, Monge desestabiliza dicha mirada para visibilizar que, quienes integran sus líneas, son solo una pieza más de un engranaje de elementos culturales y biopolíticos, los cuales conjuntamente configuran escenarios de muerte.
Sus protagonistas, Epitafio y Estela, son dos líderes de una organización que mandata un territorio en el que se ensambla el paisaje fronterizo de la selva guatemalteca, junto al desierto del norte mexicano. A lo largo del relato, un continuo de recuerdos evocados por cada uno de ellos nos revela infancias signadas por el abuso y la tortura. Ambos fenómenos, perpetrados por el padre “Nicho”; sacerdote y máxima autoridad de esta empresa, en la que la maquinaria de muerte se nos presenta como una industria autoproducida, y frente a la que su autor nos invita a reflexionar. De esta manera, la novela anula la posibilidad de centrar esta problemática dentro de un campo micropolítico y posiciona a víctimas y victimarios en un territorio que descentra estas categorizaciones, denunciando así su cariz estructural.
Los migrantes secuestrados en el relato son interceptados en un claro de selva. Desde allí, inician un vertiginoso desplazamiento encabezado por Epitafio y Estela. Ambos verdugos protagonizan una historia de amor trágica; sus vidas se distancian sin retorno mientras avanzan por dos rutas que bifurcan sus caminos perpetuamente, a medida que la selva desaparece y el paisaje cobra tonalidades de un desierto pedregoso. En este tránsito, modifican su estatus de victimarios y, al igual que los migrantes capturados, se transforman en víctimas de una estrategia de sabotaje planeada por el padre “Nicho”. Este hecho los torna cada vez más distantes, hasta transformarse en un lugar inaccesible para el otro. Como dos geografías situadas en coordenadas indescifrables, sus protagonistas se tornan la perfecta metáfora del migrante forzado: sustraído de todo anclaje, ilocalizable y borrado del mapa. Un eco de los migrantes desaparecidos, desprovistos de toda memoria tras abandonar sus propias fronteras.
Sus protagonistas se tornan la perfecta metáfora del migrante forzado: sustraído de todo anclaje, ilocalizable y borrado del mapa.
En múltiples pasajes observamos la manera en que los cuerpos migrantes son representados como una masa compacta de huesos fragmentados; despojados de su humanidad y silenciados por el peso de un sistema cómplice. La violencia se inscribe en los cuerpos atravesados por el horror. Son múltiples las imágenes de cuerpos horadados, desmembrados, inclusive, carbonizados. De quienes migran emerge un deseo: transformarse en una sola materia compacta, ansia que solo surge como modo de sobrevivir al dolor y el trauma. El texto nos apertura, por tanto, a una dimensión en la que el testimonio remite siempre a su materialidad, es decir, el cuerpo es archivo y lienzo. Una memoria que se trenza a ojos cerrados y que pareciera nutrirse de la dimensión sonora: lamentos, gemidos y llantos, son la cartografía del devenir migrante.
Los cuerpos migrantes son representados como una masa compacta de huesos fragmentados; despojados de su humanidad y silenciados por el peso de un sistema cómplice.
El cuerpo es archivo y lienzo. Una memoria que se trenza a ojos cerrados y que pareciera nutrirse de la dimensión sonora: lamentos, gemidos y llantos, son la cartografía del devenir migrante.
La vulnerabilidad de los cuerpos contrasta con la palabra a la que los migrantes logran acceder a través del relato. Su autor les otorga una voz que excede el espacio ficcional, mediante una operación que consiste en incorporar fragmentos de historias reales de migrantes que integran, según el propio Monge, el “Primer Informe de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos sobre secuestros de migrantes en México”. Los fragmentos aparecen diferenciados en cursivas, y se intercalan con la narración, produciendo así, un texto polifónico que rescata la posibilidad de las y los migrantes de hablar sin intermediarios. Dicha estrategia discursiva permite relevar la agencia de quienes son posicionados por debajo de la línea de lo humano; reducidos a una mera materialidad. Todo lo anterior, mediante un texto que imbrica, además, pasajes de la Divina Comedia como recurso intertextual para tematizar con el infierno del escenario dantesco de la ruta migratoria.
Se destaca la dimensión sensorial de la obra, donde lo audible cobra un sentido clave. Si el clamor de los migrantes es silenciado continuamente por sus perpetradores, proporcionalmente, los sonidos presentes se empapan de un carácter corpóreo; articulado con el fin de dar valor al testimonio de quienes son confinados al silencio y la ceguera. Los migrantes poseen la dimensión sonora como único registro de su experiencia, una vez en su condición de sobrevivientes pueden acceder a su reconstrucción. De esta manera, la ficción, en diálogo con los testimonios de inmigrantes albergados entre sus líneas, se nutre del recuerdo de bramidos, el tono vociferante de los secuestradores o el ruido impasible de una ruta de circulación y distribución. Un paisaje sonoro que nos permite acceder al desasosegante color de su tránsito.
Por último, la novela descentra categorías como “frontera”, a partir de la difuminación de los límites espaciales (selva-muro), con el objeto de ahondar en la deslocalización del desarraigado que experimentan quienes, en el desplazamiento, se encuentran sujetos a dinámicas de olvido y violencia estructural. Así también, los límites en torno a lo humano/ no-humano son tensionados a partir de una insistencia por subjetivar a animales, el paisaje natural y elementos mecánicos, al tiempo que se sustrae de este componente tanto a migrantes como a la maquinaria humana que los mercantiliza. Lo anterior, subrayando los difusos límites que atraviesan las dinámicas de mercantilización de los cuerpos en las tierras arrasadas.
Categorías como “frontera”, a partir de la difuminación de los límites espaciales (selva-muro), con el objeto de ahondar en la deslocalización del desarraigado que experimentan quienes, en el desplazamiento, se encuentran sujetos a dinámicas de olvido y violencia estructural.