El muro de la frontera refleja nuestros terrores más ocultos y nuestra impotencia frente a lo desconocido. En la Antigüedad, este miedo permitió la creación de una cosmogonía prolífica, pobladas por dioses apasionados, héroes desquiciados y monstruos vencibles. Hoy el monstruo está en el instigador del muro. El laberinto del Minotauro ya no encierra el caos sino que lo refuerza.
Avasalladores, espejos de la barbarie, los muros no contienen sino que dan la ilusión del control en fronteras porosas. Dan la medida de la hipocresía, y de la mala fe de los gobernantes. Son como relatos salvajes de la pugna intrascendente en las fronteras. Su superficie inescrutable revela el olvido de los flujos migratorios, de sus historias desgarradoras, de sus desoladas sepulturas. El muro de Berlin, cuya caída ocurrió hace tres décadas, separó de manera arbitraria familias y vecinos en dos bloques absurdos.
El muro de Trump reviste el mismo destino y la misma arbitrariedad. Constituye la tercera versión de un muro ya construido, ya transgredido, ya profanado. « Seguiremos atravesando » dice Jesús en el texto « Misa fronteriza » de Luis Humberto Crosthwaite, aun cuando nos maten, aun cuando nos mutilen, aun cuando nos consideren como « los culpables de esta destrucción, los que no hablamos su lengua ni sabemos estar en silencio … los que aspiramos a limpiar su mierda. … Nosotros los oscuros, los chaparros, los grasientos, los mustios, los obesos, los anémicos. Nosotros los bárbaros. » dice la migrante Makina en Señales que precederán al fin del mundo (Y. Herrera). En Game of Thrones, saga televisiva popular sobre la desmesura de los mecanismos de poder, los vigilantes del muro de hielo quieren contener a los caminantes blancos, en vano. Como decía Montaigne en « De los caníbales », el bárbaro no es el otro fantaseado, demonizado e instrumentalizado.
En su sentido ético de crueldad, está en nosotros, en nuestra relación íntima con la interioridad y con nuestro entorno social, con el amigo, el vecino, el inmigrante. Hoy en día, la pregunta radica en la paradoja de la seguridad. ¿Creemos que los muros, artefactos obsoletos en un mundo global dominado por lo virtual, dónde el hostigamiento está dentro de nuestros dispositivos electrónicos, nos protegerán de nuestros miedos y perplejidades? Las grietas en el muro corresponden a fronteras internas, a desilusiones singulares de nuestras aspiraciones acomodaticias. Los muros están en nuestra dificultad actual para expresar reflexiones informadas y argumentadas.
Todo –a semejanza de los gobernantes atronadores, erráticos y volubles, predicando con el mismo entusiasmo y la misma violencia una verdad un día para negarla al día siguiente– muestra cuan distorsionados están los seres humanos. ¿Será que el desgarro profundo de nuestras certezas solo puede dar lugar a respuestas tan desalentadoras y rudimentarias como un muro de cemento áspero y hermético ? Un muro bárbaro.
Publicada en El Mercurio de Valparaíso.