El bailarín y director mapuche Ricardo Curaqueo remueve la escena nacional con su obra debut, Malen. Pürum (danza) y ülkantum (canto) sumergen al espectador en un trance ritual que honra a sus antepasados, a “las antiguas”, mientras las mujeres de su elenco—todas de origen mapuche—reflexionan sobre su identidad. En esta entrevista revela su propio viaje ancestral para dar vida a Malen.
Durante marzo la reposición de Malen en Gam estuvo repleta. A la salida de cada función era común ver al bailarín y director Ricardo Curaqueo Curiche (30 años) rodeado de espectadores que, sin dudarlo, le confesaban sus experiencias o identidad mapuche. Al parecer, es lo que contagia Malen, obra que precisamente fue construida con los testimonios de su elenco compuesto por dieciséis mujeres de origen mapuche, quienes se preguntaron qué es ser mujer mapuche hoy. Las respuestas fueron tan diversas como sus edades (70 a 9 años) y oficios; entre ellas hay profesoras, tejedoras, bailarinas, actrices, incluida papay Elsa Quinchaleo—la primera mujer designada lonko por una comunidad (Mahuidache)— y Ayelen, hermana menor del propio director.
Por estos días se preparan para estrenar Malen (premio mejor obra de danza del Círculo de Críticos 2017) en Perú y España, intentando congeniar sus vidas con esta nueva itinerancia. Curaqueo (La noche obstinada. Apología del deseo) llama a Malen danza-documental, es un ejercicio que requiere que el cuerpo del intérprete hable de su historia. Por eso, a la par con su elenco, tuvo que sumergirse en cómo había vivido su identidad mapuche al ser un “champurria” criado en la capital y cómo experimentaba la feminidad mapuche en su cuerpo masculino. Fue así como se puso a tejer en una escuela textil mapuche acompañado por Ayelen: “cuando la vi tejer, vi en ella a mi madre, a mi abuela, vi a mis bisabuelas contenidas en un solo cuerpo de una niña delgada, de nueve años. Supe inmediatamente que eso era lo que tenía que hacer, eso era Malen”, comenta Curaqueo.
De niño viajaba junto a sus padres a Nueva Imperial para participar en rogativas, mientras en Santiago “los medios de comunicación tildaban a los mapuche de terroristas, de guerreros violentos; no entendía, porque mi realidad mapuche estaba llena de hermandad, de afecto. Crecí con esa mirada, esa dualidad”. Y agrega el bailarín: “cuando entré a estudiar danza fui consciente de mis dimensiones corporales, de esa diferencia de lo que me iba construyendo como mapuche. Y luego cuando vino mi vida profesional creo que fui consciente de todas esas colonizaciones que había sufrido mi cuerpo a lo largo de mi vida; creo que ahí empecé a crear a partir de mi propio origen mapuche”.
Has dicho que Malen es un homenaje a las mujeres de tu vida. ¿Cuál crees tú que es la importancia de la mujer mapuche en la transmisión de su cultura y sabiduría ancestral?
La mujer mapuche ha vivido en una marginalidad tal que quisiera pensar que es su fortaleza. Fortaleza en el sentido que han logrado mantener un conocimiento. Yo provengo de la comunidad de Ragñintuleufu (entre ríos), en Nueva Imperial, y de la comunidad que está al frente, la misión Boroa, que es una misión jesuita. La generación de mi bisabuelo fue la primera en entrar en esta agrupación jesuita. Algunos estudiaron literatura, arte, matemáticas, pero era un mundo que siempre estaba pensado para los hombres mapuche. Lo primero que se evangeliza es al jefe de hogar. Entonces, la mujer mapuche, la esposa, es este caso mi bisabuela, estaba en la casa. Por tanto, esa generación de mujeres mapuche que permaneció en el hogar siguió hablando en mapudungun, siguió tejiendo, haciendo la comida tradicional, conociendo sobre medicina mapuche, sobre plantas. Las mujeres resguardaron este conocimiento, esta sabiduría ancestral; por eso que para mí es muy importante homenajearlas.
En Malen hay una escena que está tu hermana Ayelen junto a la papay (abuela) Elsa en una especie de traspaso generacional. Podemos hablar un poco de qué significa la palabra Malen, que es primavera pero también es una edad.
Malen es una etapa de la mujer mapuche, que es la infancia o la etapa en que las niñas van conociendo acerca de sí mismas primero y acerca de sus tradiciones. Se dice que a la edad de nueve años, que es la edad en que la mujer mapuche tiene la fortaleza en las manos para empezar a tejer, para tener el conocimiento ancestral. Malen es una palabra que se vincula con la expansión del conocimiento, es un florecimiento y también se vincula con la primavera. Mi hermana está exactamente en esa edad.
Cuando se encuentra Ayelen con la papay Elsa Quinchaleo, eso es Malen. Ese gesto de tomarse las manos probablemente es la acción más política que tiene la obra, la acción de resistencia más evidente y poderosa, cuando se encuentran ambas generaciones. Es una manera de decir esto perdura, esto sigue resistiendo y va a resistir por siempre.
Dialogan dos culturas en Malen: un elenco de origen mapuche (con o sin apellido) que se pregunta ¿soy mapuche?, dos idiomas (español, mapudungun), dos tipos de baile (contemporáneo, un danza ritual), música electrónica y ül, ¿cómo trabajas con esa frontera bicultural?
Personalmente me parece de una gran riqueza pertenecer a ambos mundos, es como una reconfirmación que soy mapuche. Para hacer una obra de estas características, como Malen, es necesario pensar todo desde el punto de vista mapuche. Por lo tanto, hay que reconocer el lado de la frontera más antiguo, el más verdadero, el que también queremos volver a habitar, ese territorio. Y desde ahí lo primero que hicimos fue revivir nuestras danzas tradicionales. El ensayo parte con el sonido del kultrun, del trompe, de la cascahuilla. A medida que la obra lo fue pidiendo se incorporaron ciertos elementos de danza contemporánea sin pensarlo como danza contemporánea, sino que la realidad es que también en el elenco hay bailarinas y yo soy bailarín de formación occidental contemporánea. Al sabernos mapuche de ciudad, champurría como dicen en el campo cuando eres mezcla entre huinca y mapuche, mapurbe diría el poeta David Aniñir, sabemos que no hay otra manera de comunicarnos en este mundo globalizado que no sea usando la lengua con la que nos hemos educado, que es totalmente distinta al mapudungun. Y en cierto modo también indica un despojo de esta salida forzada de la antigua frontera, esta pérdida de tu lengua. Pero ésta es la realidad en la que estamos y hay que construir sobre ella.
Dijiste que el fin de Malen es la justicia. La obra es biográfica, está construida por la experiencia de las bailarinas; ellas no representan, son en escena. Y esa honestidad evidencia violencia, discriminación. ¿Cómo entenderías tú el cuerpo como un medio de resistencia?
Cuando uno se plantea su propio cuerpo como su territorio, conociendo este cuerpo completo, indígena, con mis limitaciones, mis propias fronteras, mis propias marginaciones, cuando soy consciente de la marginalidad que viene conmigo, soy testimonio de una resistencia. Soy testimonio de una resistencia que estaba desde antes que yo naciera. Nuestros cuerpos son una resistencia ancestral mapuche. Una de las intérpretes, una niña de dieciséis año dice en Malen “soy mapuche, tengo el pelo rubio, tengo la piel tan blanca que a veces brilla”, eso lo dijo ella una vez que habló sobre sí misma. Fue tan simple, pero tan profundo lo que dijo que fue totalmente necesario registrarlo en un audio y incorporarlo como parte de la sonoridad de la obra, era fundamental. Esto parte diciendo no tengo apellido mapuche porque lo desherede, no tengo apariencia mapuche de lo que se supone que es lo mapuche, pero soy mapuche, ¿alguien me puede decir lo contrario?
Cuando uno se plantea su propio cuerpo como su territorio, conociendo este cuerpo completo, indígena, con mis limitaciones, mis propias fronteras, mis propias marginaciones, cuando soy consciente de la marginalidad que viene conmigo, soy testimonio de una resistencia. Soy testimonio de una resistencia que estaba desde antes que yo naciera. Nuestros cuerpos son una resistencia ancestral mapuche.
Se les vino a la mente alguien en especial cuando pensaron en justicia.
Las primeras mujeres en las que pensamos fueron nuestras abuelas y luego pensamos en un ícono de la resistencia mapuche. Ahí apareció la historia de las hermanas Quintreman, especialmente la menor de las hermanas, Nicolasa Quintreman que en 2013 falleció ahogada en la represa Ralco. Nos quedamos con ese rostro, con esas arrugas de mujer mapuche, con un cuerpo que ha sido presionado por años a ceder derechos sobre el territorio, derechos sobre su imagen, derechos sobre la cultura milenaria. Y eso fue realmente conmovedor, porque creo que es justo pensar que ella es abuela de todos los mapuche y debemos honrarla.
Y luego de Malen, ¿cómo sigue tu búsqueda espiritual, de identidad?
Sigue llena de creación, porque esto es sin duda una revitalización del pensamiento mapuche no solo en mí, creo que en muchas personas, partiendo por el elenco. Trabajamos en una nueva producción y ahora quisiéramos poner una mirada masculina de cómo abordar lo mapuche, la figura del weichafe, por ejemplo. Nuestro interés es hacer danza-documental, que cada uno de los intérpretes o cada uno de los cuerpos que esté puesto en la obra sea un documento en sí mismo, que su cuerpo hable sobre sí, sobre su historia y que sea también un trozo de la historia. Porque la historia tiene que volver al pueblo, tiene que crecer y construirse nuevamente desde ese espacio.